viernes, 16 de noviembre de 2012

Se avecina tormenta.

Todo en calma. Ni la ola más alta ni el viento más fuerte podrían hacer encallar el barco. Todo va como ha de ir. Nada puede ir mal, ¿o si?
De repente el cielo comienza a nublarse. Un suave viento comienza azotar las velas. Sin notarlo, uno de los postes que sujetan la vela mayor comienza a ceder. Poco a poco comienza a resquebrajarse, hasta que pasa lo impensable: se acaba partiendo. Lluvia. Mucha lluvia. Cada vez más fuerte. Rayos, truenos y relámpagos Ya no hay nada que los salve.
Sólo queda el grito de socorro, acallado por el sonido de las olas. Silencio de nuevo. Ya no hay rastro del barco, ni siquiera de la tripulación que en él iba. Todos muertos. Todo muerto. Es como si el mar se los hubiese tragado. Desde el capitán, pasando por la vela mayor, hasta no dejar rastro, ni siquiera, el de una astilla...

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